miércoles, 10 de diciembre de 2014

La Envolvente de Navidad. Extras. Traca final. Explicaciones. Resumen condensado. Una suerte de alegato

En España somos así.
Nos cuesta renunciar a las tradiciones, al tiempo que adoptamos modas que vienen de fuera.
Aceptamos cualquier propuesta que implique juerga (por mucho que resulte desfasada).
Nuestra imposible mezcla nos dota de un aire de modernidad, y nos resta (id)entidad.

*****

No quiero ponerme pesado. Un repaso al timeline (global) supondría una secuencia similar a ésta:

Halloween — Thanksgiving Day — Black Friday — Christmas Day — New Year’s Eve

En lo patrio, nos empeñamos en mantener ciertas particularidades, marcadas por algunas liturgias propias: Puente de la Constitución (#EscapaDeTuCiudad), Nochebuena (#EngañaATuCuñado), Navidad (#InvitaAUnPobr..jajajajajajaja),  Nochevieja (#UvasSinAtragantos) y Reyes (#AVecesSoyMonárquico).

Y, espoleados por nuestra capacidad para denigrar el enriquecimiento rápido (siendo ajeno), anhelamos secretamente ser afortunados, al menos un día muy concreto.

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Como las cosas no pintan bien, Loterías y Apuestas del Estado se han volcado en promocionar su producto estrella.
Han olvidado errores (y aciertos) del pasado para echar la casa por la ventana.
Han montado un chiringuito.
El bar de alguien a quien convierten en estrella (dejando actuar a una lotera veterana, Chelo, que tiene un cameo en la ficción que ella debería protagonizar).


La imagen muestra que hay letra pequeña. Es una captura de la imagen que aparece en la página web www.elbardeantonio.es. Allí lo pone bien claro (blanco sobre negro.

Para entrar en el bar de Antonio tienes que ser mayor de edad


SOY MAYOR DE EDAD


No es una mera formalidad.
En el bar de Antonio mercadean con alcohol y juego.
Ambos son legales (y sumamente adictivos).
Pero no tienen reparos para entrar en mi casa, sin avisos, sin pedir permiso.
Vía TV.
De forma invasiva.
Para aprovecharse de mi necesidad.
De mi debilidad.
De mi ignorancia.
Usando toda su astucia.
Atacando mis emociones.
De forma perfectamente orquestada.
No me dieron opciones para defenderme.
Sólo venían a recaudar.
Querían hacer caja.

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No han reparado en gastos. Han organizado una completa campaña mediática.

A continuación, los nueve (9) vídeos:




El secreto



Beautiful



Dilo bien



Llamada



Carpeta



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Como todas las tramas modernas, que han sido deconstruidas, al final las piezas encajan como en un puzzle. Todo cobra un cierto sentido.

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La deconstrucción es un término popularizado por el cocinero Ferrán Adrià, consistente en aislar los diversos ingredientes de un plato, por lo general muy conocido (la tortilla de patata es un ejemplo) y reconstruirlo de manera inusual, siendo el aspecto y la textura diferentes, pero manteniendo inalterado el sabor, que se aprecia en el momento de la ingesta. La puesta en escena suele requerir una actuación singular, lo que enfatiza la cualidad excepcional del momento.

El término fue acuñado por el filósofo Jacques Derrida. Está apoyado en el método empleado por Martin Heidegger en su análisis etimológico de la historia de la filosofía. El pensador alemán trataba de mostrar cómo cualquier concepto ha sido construido en un proceso histórico, acumulativo, metafórico. Ello conduce a que, lo que aparenta resultar claro y evidente, dista mucho de serlo. Los estratos han ido sujetándose unos sobre otros, estableciendo intrincadas relaciones internas, que dificultan la percepción de las partes que conforman un concepto concreto.

El esbozo planteado por Heidegger en “Ser y tiempo”, sería sistematizado por Derrida. La metodología amplía su radio de acción: parte de la filosofía, se extiende a la literatura, el arte, la gastronomía y, finalmente, se acomoda a la publicidad (o propaganda).

*****

Tanto devaneo filosófico requiere un cambio de tempo.
El gran descubrimiento de la campaña envolvente.
James Vincent McMorrow, puede que nos haya dejado helados.




Quizá le venga bien una remezcla.

En todo caso, su voz atormentada trata de transmitir un mensaje.
Se adjunta:

Someone hears a lie, somewhere underneath.
Caught between the reeling, mirroring the beat.
I no longer feel and the years asleep.
Show no sense of hope, staring honestly.

I wanna go south of the river.
Glacier slow in the heart of the winter.
I wanna go south of the river.
Facing alone in the heart of the winter.

And this we'll celebrate, this we'll celebrate.
There and on the stage, this is a mistake.
Damn me off too long, down the earth and moon.
Damn the clawing kneeling, rustling into change.
In a moment I was caught, calling by a storm.
In the moment of a hot.

I wanna go south of the river.
Glacier slow in the heart of the winter.
I wanna go south of the river.
Facing alone in the heart of the winter.

I’m not in a glove called how.

Few became, few became as glory as along
Against the forest state and starting living in the new.
Harrow since, harrow since the farthest.
Reach underneath inside a cheat.
Something is alive, somewhere underneath.
Caught between the real and the fake.
I don’t want to fit, there and has been found.
Silence is so cold, and there's no sense at all.
And I was someone else, I was something good.
Barely in the old, there among the cold.

I wanna go south of the river.
Glacier slow in the heart of the winter.
I wanna go south of the river.
Facing alone in the heart of the winter.

*****

Alguien escucha una mentira, en algún lugar debajo suyo
Prisionero en una secuencia, reflejando los golpes
No sentiré más, los años pasan dormidos
No muestro esperanza, caminando con honestidad

Quiero ir al sur del río
Un lento glaciar se apodera del corazón del invierno
Quiero ir al sur del río
Afrontando en solitario el corazón del invierno

Y eso es lo que vamos a celebrar, eso es lo que celebraremos
Allí, en el escenario, esto es un error
Maldito demasiado tiempo, bajo la tierra y la luna
Condenado, las rodillas desgarradas, crujiendo por un cambio
En un momento fui atrapado, atraído por una tormenta
Un instante cálido

Quiero ir al sur del río
Un lento glaciar se apodera del corazón del invierno
Quiero ir al sur del río
Afrontando en solitario el corazón del invierno

No llevo un guante llamado cómo

Pocos alcanzarán la Gloria para siempre
Atravesaré un bosque y empezaré a vivir de nuevo
Atormentado pues, atormentado hasta lo más lejos
Llegamos buceando al interior del cariño
Algo está vivo, en algún lugar en su interior
Prisionero entre la mentira y la realidad
No quiero encajar, allí me encontraré
El silencio es muy frio y allí no existen sentimientos
Y yo fui alguien más, fui algo bueno
Apenas en lo viejo, más allá del frío

Quiero ir al sur del río
Un lento glaciar se apodera del corazón del invierno
Quiero ir al sur del río
Afrontando en solitario el corazón del invierno

*****

Durante un momento sentí que la elección de la canción correspondía a un acto subversivo de alguien que, como Tyler Durden, trata de mostrar una realidad que nos empeñamos en no ver. Quizá esos retazos [Alguien escucha una mentira”, “los años pasan dormidos”, “no muestro esperanza caminando con honestidad”, “un lento glaciar se apodera del corazón del invierno”, “eso es lo que celebraremos”, “esto es un error”, “condenado”, “crujiendo por un cambio”, “en un momento fui atrapado”, “pocos alcanzarán la Gloria”, “empezaré a vivir de nuevo”, “atormentado hasta lo más lejos”, “en algún lugar en su interior”, “prisionero entre la mentira y la realidad”, “no quiero encajar”, “allí no existen sentimientos”] podrían cobrar sentido en un mensaje oculto, críptico, que había que ser capaz de descifrar.

Puede que la deconstrucción conduzca a la destrucción.

*****

Fue lo que hice.
Desmenuzar cada una de las nueve piezas que constituían el puzzle.
Un trabajo exhaustivo que me dejó exhausto.

Episodio 1 – “El mayor premio es compartirlo
Antonio y Manuel frecuentan el mismo bar.

Episodio 2 – “Si tú supieras
Padres y hermanos. ¿Qué significa, para ti, compartir?

Episodio 3 – “El secreto
Me pongo una camiseta para que me roben el protagonismo.

Episodio 4 – “Beautiful

Episodio 5 – “Dilo bien
La importancia de la apariencia.

Episodio 6 – “Llamada
¿A quién le importa?

Episodio 7 – “Carpeta
Esos recuerdos que se graban a fuego.

Episodio 8 – “No siempre se gana
Ya sabemos quién es el malo.

Episodio 9 – “No la pierdas
Moralina por un pálpito.

*****


La percepción es engañosa.
Discovery Channel está lleno de programas que muestran los engaños a que nos somete el cerebro.
Parte de los efectos que se explican son las ilusiones ópticas.
Eso que sucede cuando crees que has visto algo, sin que haya sido del modo que te había parecido. O cuando no has visto lo que ha pasado. Esos juegos tan divertidos (si es otro el que sufre el engaño) y tan desagradable (al ocurrirte a ti, con consecuencias irreversibles).

En ocasiones, pasa desapercibido. Debes fijarte mucho, con atención plena, para caer en la cuenta. Pero ahora, en este mundo hiperconectado, acelerado e instantáneo, lleno de estímulos que se suceden a velocidad vertiginosa, apenas da tiempo.

Tampoco hay carteles que avisen que algo va a suceder. Ni siquiera tratándose de la publicidad. Está tan integrada en nuestras vidas, es tan natural, que no prestamos atención y, cuando lo hacemos, nos olvidamos que no pretenden ayudarnos o informarnos. No son nuestros amigos.

Tratan de vendernos algo.

Por lo que tendremos que pagar.

Es necesario mantenerse alerta.

Haciéndolo, con mucha suerte, puedes descubrir el ardid, el montaje, la engañifa. En ocasiones, no se trata de lo que ves. Es, quizá, lo que NO ves. Lo que echas en falta.

*****

En el mundo en que yo vivo hay gente que fuma, gente con prisas, gente que discute.

En el mundo ficticio que han montado, en “La Envolvente”, NO hay nadie a la puerta del bar, apiñada en torno a ceniceros o taburetes en los que posan sus bebidas. En La Envolvente NO hay terrazas en los que, pese a la nieve, la lluvia o el frío glaciar, se mantengan apoyados por sus cigarrillos. En La Envolvente NO hay tablets o móviles (salvo los empleados como atrezzo por los figurantes en la trama). NO hay gente con auriculares, ya sean de botón o circumaurales. NO hay gente aislada, que va a lo suyo.

En el bar de Antonio, el proscenio de todo el montaje, NO hay máquinas tragaperras, la TV atronando, periódicos húmedos con restos de comida y círculos de café.

En el edificio donde vive Manuel, y en todo el barrio, NO hay locales vacíos, desocupados, sin perspectivas de futuro. En el edificio donde vive Manuel NO hay carteles anunciando que hay un piso en venta, en alquiler, lo suelto como sea (por lo que sea). En el edificio donde vive Manuel NO hay ropa tendida, ni tendederos.

En el barrio NO hay jubilados, NO hay parados, NO hay aburridos. NO hay gente triste, enfadada, ociosa. NO hay ancianos, paseadores de perro, gente haciendo la compra. NO hay gente pidiendo. En el barrio NO hay personas que parezcan vivas.

En La Envolvente NO hay niños jugando con la nieve, lanzándose bolas en plenas vacaciones de Navidad. NO hay niños saltando para salir en la TV, tratando de llamar la atención mientras saludan a cámara. NO hay niños (a excepción de un bebé que su madre expone a la nieve para enseñárselo a una vecina). NO hay niños en las casas, ni en el bar de Antonio, ni en fotos en las paredes, ni haciendo carreras en el aeropuerto.

En La Envolvente NO HAY NIÑOS.

NO hace falta decir más de un mundo que elimina a los niños.

*****

Es un montaje. Una farsa. Una ficción. Una triquiñuela. Un ardid. Un engaño. Una trampa.

Para ello se apoyan en nuestros anhelos y deseos, en nuestra confianza, en el afán que tenemos de entender que el mundo es justo y que hay mucha gente buena y honesta.


Claro que sí.
El mundo está lleno de gente buena, honesta y trabajadora.
Pero no salen en la TV. Porque no venden.
SÓLO COMPRAN.


*****

El año 1995 tuve que hacer viajes de trabajo por toda España. Visité sucursales y delegaciones de mi empresa. Íbamos a comer. Desde junio, nos ofrecían lotería de Navidad. Y decidíamos comprar: un décimo para cada uno. Yo volvía a Madrid y a quien iba a visitar se quedaba en su sitio. No podíamos partirlo.

Antes del sorteo hice cuentas. Había comprado 20 décimos. En 1995 el décimo costaba 3.000 pesetas. 60.000 napos del ala. Un buen pellizco. Hace 19 años.

El año siguiente no jugué y, cuando me preguntaban, decía gallardo, “este año gané 60.000”. La comidilla de toda la empresa. Nunca quise explicar mi sistema. Sería considerado un revolucionario.

Este año me tocarán 360 €. No debo descontar lo jugado. Ni pagar a Hacienda.

Un pastizal.

*****

Actualizando el dicho:

“El que parte y comparte, siempre se lleva la mejor parte”.

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El juego es el impuesto a la ignorancia.
La sensiblería es el recargo.

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El juego es una verdadera lacra social.
La Lotería, como impuesto que es, no supone mayor contribución social que el IVA.
Aunque haya un montón de proyectos (culturales, deportivos, musicales, literarios, gastronómicos, festivos o de cualquier índole) que se financien con las papeletas que nos vemos obligados a comprar (por simpatía hacia el proyecto o la persona que nos lo ofrece).
Esas personas con las que nos sentimos diariamente vinculadas, que forman parte del pedacito de mundo en que nos ha tocado vivir.
Nombres propios a los que somos capaces de poner rostro. Esos héroes anónimos, ejemplares, que pueblan nuestro entorno.
Los que están satisfechos de hacer su trabajo.
Los que se esfuerzan en poner una sonrisa cuando te los encuentras por la calle.
Los que tienen a mano una reacción humana, personal, intransferible.
Los que son más que esos estereotipos a los que algunos quieren reducirnos.
Los que quieren seguir confiando.
Los que están llenos de esperanzas, de deseos y sueños.
Los que contribuyen todos los días.

Los que son como tú.

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La gente sin rostro, global, deja rastro cuando se arrastra.
Puedes identificarla en cualquier lugar.
Son todos idénticos, porque se comportan del mismo modo.

Quieren envolvernos en un manto que nos nubla y que nos enturbia la visión.

Lo hacen con un propósito bien definido.

Quieren que perdamos el sentido, la noción de lo que sucede, la percepción de que se trata de una ilusión.

Les interesa que pensemos que estamos a un paso de cambiar nuestras vidas.

Como si todo fuera una cuestión de suerte.

*****

¿Qué tal desplegar lo mejor de uno, en un esfuerzo continuado?
Volver la vista atrás y pensar: “¿cuál fue el mejor día de mi vida?”.
“Me tocó la lotería”.
“Me casé”.
“Hoy”.

Poder empezar de nuevo, cada día, aceptando que no se trata de un día cualquiera.
Admitir que ni siquiera la salud es lo más importante, sino el convencimiento de que el trabajo continuado, el esfuerzo, será el que te haga construir un edificio sólido.

Llamadme idealista, no Ismael.

Cambiaré la banda sonora de un delirio.

La ModeEl único juego en la ciudad



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La película de Woody Allen, de 2000, “Small time crooks” (“Granujas de medio pelo”), cuenta con una fantástica Tracey Ullman, especialista en hacer pastas, que se deja embaucar por Hugh Grant. En la escena final Ray y Frenchy se reconcilian. Descubren que lo que buscaban no era el dinero, —que habían logrado trabajando honradamente en la tienda, no en el sótano—, sino lo que podían hacer cuando lo tuvieran.

*****

El envoltorio es tan bonito, está tan bien presentado, que deja de tener sentido lo que encierra en su interior.
Compramos regalos, sin sentido ni medida ninguna.
Despersonalizados.
Pedimos que nos los envuelvan para regalo.
Para ganar tiempo, en los establecimientos usan unos envoltorios que se cierran con una tira autoadhesiva. Rematan el efecto con pegatinas brillantes y adornos de colorines. Tardan menos en hacerlo que en pasar la tarjeta de crédito con la que vamos a pagar.
O en preparar el ticket regalo, “por si no le gusta y quiere cambiarlo”.

Tanto engaño, tanto fuego de artificio, tanta apariencia, conseguirá un efecto:

“Llenar la península ibérica de portugueses e ilusos”

*****

PD: ¿Cómo no va a tener importancia la ilusión?

Pero la ilusión no es una trampa en la que vayas a quedar atrapado.
No es un hotel, un bar o una fotografía.
Ni siquiera un día en la vida.

La ilusión es querer volver a vivir.


The Apache Relay - Don't Leave Me Now


miércoles, 3 de diciembre de 2014

No la pierdas (Lotería de Navidad 2014, IX)


(Interior, día)

— Manuel: Ay, ¡qué frio!
— Antonio: ¿Quieres una porrita? Están recién hechas.
— M: No, no. Deja. Si ya casi me he acabado el café.
— A: …
— M: Me voy a ir yendo, que hay cosas que hacer. Anda, cóbrate.
— A: No sé si tengo cambio.
— M: …
— A: Manu, ¿quieres un décimo?
— M: Hoy no, Antonio, quizá más adelante. De todas formas, no creo que nos toque.
— A: Yo lo decía, por la ilusión…
— M: …
— A: ¡Manu!
— M: …
— A: ¡No la pierdas!
— M: …
— A: La ilusión, digo.
— M: …
— Figurante: (sonríe)
— A: ¿Qué pasa?

(Fundido a carátula de la campaña)




*****



El bar de Antonio. Primera hora de la mañana. El dueño atiende a Manuel, que toma un café. Sólo hay otro cliente, en el otro extremo de una barra en forma de ele.


Antonio conoce su oficio. Le ofrece a Manuel una porrita, argumentando que están recién hechas. Debe acabar de comprarlas en la tienda que hay en los bajos de la casa de Manuel (“La Tahona de la abuela”), porque, a la vista de sus dos únicos clientes, está sacándolas de una caja de cartón y poniéndolas en una bandeja. Pese a que no las hace él mismo, no tiene reparos en hacer el trasiego en la sala (en lugar de hacerlo en la dependencia a la que llamará cocina) y tampoco parece importarle demasiado que se queden ahí, a la intemperie, enfriándose hasta convertirse en un engrudo gomoso que ni un tragasables sería capaz de pasar, por mucho que le moje la punta.


Manuel dice que “nasti”. Ya las cogerá, más baratas, cuando llegue a casa.


Antonio aparenta asentir, con un simple movimiento batiente de cabeza, como el que realiza incansable el perrito que viaja en las bandejas traseras de algunos coches que todavía no han modernizado el ornamento estándar para colocar sombreros (como manda el canon 2.0 de la decoración vehicular). Un iniciado en lenguaje tabernario entiende que el del culo pelao está pensando: “ya te pillaré en la próxima; habrá más”.


“Me voy a ir yendo que hay cosas que hacer” suena a una explicación fingida. El gesto de sacar la cartera para pagar un café que se paga con una sola moneda, también parece una impostura. En todo caso, Manuel se distrae y no se fija en que Antonio se limpia las manos con el mandil, el gesto más asqueroso que puede hacer un camarero (salvo dejarse larga la uña del meñique para atrapar a las aceitunas saltarinas). Quizá, estar pertrechado tras la fila de tazas de café, desoriente al cliente. Será la razón estratégica por la que el despliegue de tazas se lleva a efecto por todo el personal del bar, a lo largo de toda la barra.


“No sé si tengo cambio”. Es la dilación más peregrina (y más extendida) del mundo de la hostelería o el comercio. Y eso que Antonio, profesional ante todo, pone un careto bien convincente. Cualquiera que haya servido en un bar, o despachado en una tienda, sabe la cantidad aproximada de dinero que tiene en caja, en cualquier momento del día. A primera hora de la mañana, con dos clientes que todavía no han pagado, debe saber la cantidad exacta: su saldo inicial, la misma con la que empezó, lo que deja preparado para cambio cada jornada. ¿O es que no conoce lo que es un “arqueo de caja”? No estaremos tratando con un impostor, ¿verdad?


“Manu, ¿quieres un décimo?”. Fíjate si se ha recuperado pronto. Tiene grabado a fuego el primer principio de la venta: “ofrecer la mercancía”. No importa que no obtenga beneficios (que no serán directos, pero que deberán existir porque ya me explicarán, si no, el empeño de los bares en tener lotería). De cualquier forma, Antonio cogió la lotería para venderla, no para que se le quede colgada de la pared, acumulando polvo, aumentando la cantidad que deberá pagar, de su bolsillo, por no haber sido capaz de colocarla a clientes (y amigos).


La vuelta es correcta. Se ve el billete de cinco, el de diez y los cuatro euros. No hay ticket de caja, ¿a quién le importa? Tampoco hay posibilidad de propina, porque Manuel, que anda canino, sale de casa sin monedas y no va a dejar todo un napo para la casa. Prepara sus manos para meter todo a la buchaca. Dejará el sobre del azúcar encima de la barra, como gesto gallardo del que pasa penurias (pero desayuna a diario fuera de casa).


El gesto lacrimógeno de Manuel, que alcanzaba el paroxismo en la entrega inicial de la saga, le sirve para recoger la vuelta mientras oímos el tintineo de las monedas. No ha empezado a sonar la cancioncilla de marras y el bar de Antonio es el único de España que no tiene la TV puesta a todo trapo, ni se escucha de fondo la música hameliana del perturbador jackpot.


Manu se da la vuelta y empieza a irse. Guarda monedas y billetes en el bolsillo derecho del pantalón (y no en la cartera, donde llevaba el de veinte con el que había salido de casa). Antonio se afianza en la barra, su púlpito, dispuesto a soltar la andanada de moralina que dispara de continuo. Antes de escucharle, me tomaré un receso, para realizar dos apuntes costumbristas que se aprecian en la toma precedente. La primera: a través de la puerta del establecimiento, identificada con un cartel que pone SALIDA, entre Manuel y la columna, se ve a un par de mujeres que conversan en pose estatuaria, sin tocarse, sin hacer gestos con las manos, tapando con los pies las marcas en las que han sido colocadas como postes, como señal en la trama que se está urdiendo. La segunda: a pesar de haber una abundante luz natural, Antonio mantiene encendida toda la luminaria. Las lámparas que cuelgan sobre la barra, la que está en la columna (que no alumbran mucho, pero dan un ambiente acogedor). Y, por si la luz no era suficiente, tiene encendidos cuatro tubos fluorescentes, como poco. No parece que la eficiencia energética sea una preocupación de Antonio. Tampoco le importa demasiado incumplir la normativa en prevención de riesgos. La señalética para indicar la vía de escape es correcta; pese a que debe acompañarse por una de esas luces autónomas que se encienden solas cuando se marcha la corriente. Nada importante (hasta la inoportuna presencia de un inspector tocapelotas; disculpen los pleonasmos).


“No la pierdas”.




“La ilusión, digo”.


(No me jodas, Antonio, no me jodas, Déjame ir de una puta vez, que das más la brasa que Chelo, la lotera. Si quisiera que me dieran la chapa, y que me preguntaran, y que me recomendaran hábitos saludables de vida, y que me vendieran lotería, iría con ella. ¿No ves que los conozco a ambos, a ella y a Horacio, desde que veíamos juntos a Rosa María Sardá, con su inseparable Honorato?). Chao. Me las piro.


Ahí está. El décimo. Ubicado estratégicamente al lado de la caja, entre un sobre del banco (señalando el montante del pufo) y un sobre rojo. Un décimo y un sobre rojo. Quizá la imaginación de los que hubieran visto el primer spot se hubiera desbocado y llegaran a pensar que iba a tener el mismo gesto con todos los clientes del garito. Antonio puede ser buena persona, pero no es tonto. Quizá sea un poco descuidado y no haya preparado un lugar donde meter los veinte euros de los décimos que venda (aunque éste deba abonarlo de su bolsillo). Esa práctica le llevará a continuos descuadres y tener que apechugar cada día. Junto a la caja hay un cierto desorden y allí se acumulan papeles y un boli Bic apoyado encima del cajón.


Antonio, que ya demostró ser un poco puerco, coge el décimo y se lo frota por la coronilla, con el íntimo deseo de llenarlo de grasa sebácea y caspa (y algún pelo suelto; de un rápido vistazo se observa que su cabellera es rala).


Ese gesto tan ordinario hace despertar del letargo al otro (único) cliente del local que, encuentra fuerzas para esbozar una sonrisa complacida, pese a estar leyendo el periódico. Sorprende que no se haya mostrado furioso, teniendo en cuenta el desprecio que supone que Antonio no le haya reservado un décimo a él, quizá por su aire extranjero, sin ocultarse siquiera. La frotación coronaria sirve también para que pueda pararme en describir la acción más ridícula de cuantas se han mostrado en la saga (y hay varias). Es un síntoma del despropósito que supone el proceso de rodaje de todo este absurdo engendro. Detrás del cliente se ve una fila doble de tazas preparadas para el servicio, con las grandes del lado interior de la barra y las pequeñas del lado externo. Un detalle habitual en los bares que frecuento. Su utilidad estriba en que se adelanta una parte del proceso que supone preparar un café, lo que conduce a que se tarde menos en servirlo. En realidad, se trata de una cuestión de orden y, por tanto, para ser efectivo, debe estar organizado. Desparramar tazas y platos por doquier, sin ningún criterio, contravendría los propósitos por los que la acción se realiza. En el episodio titulado Beautiful —en el que un tipo con el pelo a lo Fernando Verdasco trataba de ligarse a la camarera que se parecía a Coco, bailarina en la serie “Fame”— la fila de tazas tras la que ella se pertrechaba era también doble, pero ella colocaba las tazas grandes cerca del cliente y dejaba las pequeñas de su lado. Vean el detalle:


Aparentemente, la disposición tampoco es la misma pues Antonio parece colocarlas más cerca de la esquina, mientras que Coco las deja más cercanas a la intersección que forman los dos brazos de la barra. No puede alegarse el hecho de que Coco trabaje de extra, sólo los fines de semana. El criterio para colocar las tazas (cuáles delante y cuáles detrás) debe estar firmemente establecido y todos los que trabajen en el bar deben llevarlo a cabo de la misma manera. Al igual que el lugar en que deban colocarse, o dónde se guarda el dinero que se recauda de la venta de décimos o cualquier otro asunto que afecte al trabajo colectivo. No es aspecto baladí. Si dudas, pregunta en el bar donde tomes café con frecuencia (y no te consideren osado por aventurarte a hacer ese tipo de preguntas). Pero, y aquí viene el factor más relevante, el que muestra la insignificancia de esa fallida ambientación: te reto a que encuentres un bar en el que, en al menos dos lugares distintos (el ala que prefiere Manuel también se llenaba, como puedes comprobar un poco más arriba), dispongan en la barra platillos y tazas para el café.


Lamento decirlo: Antonio es un farsante, un impostor. Se ha delatado. Detrás de él se ve la cafetera. Encima, donde se ven algunas, es donde se colocan las tazas de café, en todos los bares y cafeterías de España. La repisa superior está caliente y el calor sirve para eliminar la humedad que pueda quedar del lavavajillas (si Antonio es tan cochino como para limpiarse las manos en el mandil y permitir que Coco atienda a los clientes sin haberse lavado las manos después de usar la bayeta, dudo mucho que emplee un lito para secar las tazas). La ineficacia de tener que ir a buscar una taza hasta la barra, donde está colocada encima del platillo (en lugar de tomarla de su lugar natural, encima de la cafetera), es un viaje que sólo resulta explicable entendiendo que la disposición está diseñada por un tipo encargado de la decoración, o el atrezzo, pero no por un profesional de la hostelería, esos seres que son capaces de servir un café de mil maneras diferentes (a gusto del cliente), manteniendo una sonrisa en la boca, acostumbrados a trabajar mientras el resto del mundo descansa o está de farra. Así que conocido el talante ficticio del montaje, resulta sencillo desentrañar otras triquiñuelas, como la de hacer aparecer en su mano izquierda un rotulador naranja de punta gorda, que no estaba a la vista en las cercanías de la caja. Ya no nos fiamos. Ha conseguido perder nuestra confianza. La representación continúa. La función. La ficción.


Conocerle no implica quererle. Pero, sí, aceptarle. Es lo que piensa su cliente, habitual del bar, conocido de años. Mueve la cabeza, sonríe y, con todo, opta por volver a las deprimentes noticias del periódico; las mismas de siempre, las de todos los días.


“Será cabrón. Ya me ha hecho reír”.


“Te vas a joder, risitas. Para ti no hay. No me sobran sobres”.


“Sólo tengo uno”.

*****

La vida es dura, amigos. No era mi intención echar sal en los ojos (pero estaban demasiado abiertos).

Un suplantador, un actor, había ocupado la piel de un camarero. Ni siquiera se había ocupado en aprender el oficio. Era una simple ficción. Trataba de hacerse pasar por quien no era.

No era camarero.
No sabía freír porras.
No podía mantener la barra en orden.
No encendió la TV ni la máquina tragaperras para dar ambiente.
No mantenía unos adecuados hábitos higiénicos.
No se lavaba las manos.
No usaba ningún trapo para secarlas.
No era discreto reservando privilegios.
No llevaba organizadas las cuentas.
No prestaba un servicio a la comunidad.
No era amigo de Manuel (otro actor de pacotilla, cliente de Santa Lucía).

Manuel: "Me regalan un décimo premiado, me compro un delantal rojo y me vuelvo un obseso de la limpieza".

Si Manuel y Antonio no son trigo limpio, quizá sea posible que tampoco estuvieran mirando por nuestros intereses.

Pero esa suposición, queridos amigos de la investigación, seguidores de este enrevesado enigma, quedará resuelta en la traca final, con la que se cerrará este ciclo.

Habrá extras, algunas explicaciones, un resumen condensado y una suerte de alegato.

Debéis esperar un poco más. Casi hemos llegado.

*****

Plan de la obra:

Episodio 2 – Si tú supieras
Episodio 3 – El secreto
Episodio 4 – Beautiful
Episodio 5 – Dilo bien
Episodio 6 – Llamada
Episodio 7 – Carpeta
Episodio 8 – No siempre se gana
Episodio 9 – No la pierdas
Extras – Traca final

lunes, 1 de diciembre de 2014

No siempre se gana (Lotería de Navidad 2014, VIII)





*****

El anuncio se asienta en un plano secuencia. Pese a que la cámara hace un travelling circular, permanece centrada en una persona que habla por teléfono. Mantiene un diálogo, pero no escuchamos a su interlocutor.

— Bueno, ¿y sabes lo que me dice el graciosillo éste del gerente del bar?
— …
— Sí, sí. Antonio. El tío éste, grandote.
— …
— El del bar de la esquina.
— …
— Pues nada. Se me pone a lloriquear, a decirme que si ahora le van mal las cosas, que si no tiene dinero y que si me puede pagar el mes que viene. Vamos, como si yo fuera, eso, una ONG.
— …
— No. Claro, claro. Es que es para fliparlo.
— …
— Uh hum…
— …
— No, pero mira: el local éste es bueno. Lo que pasa es que alquilárselo a este hombre, pues ha sido, eso, una equivocación.
— …
— Nada. Hablo yo con un amigo mío que es gestor y, a éste, lo pongo de patitas en la calle. Lo tiramos abajo y, fuera.
— …
— Perdona. Ahora te llamo, ahora te llamo.
Antonio (en la TV): ¡Alegría, alegría!

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Un episodio justiciero, en el que se puede apreciar la sombra de Chespirito flotando tras su reciente fallecimiento, el pasado viernes. El espíritu de Roberto Gómez Bolaños estará presente en la deconstrucción de la nueva entrega de la saga, la número ocho.

Síganme los buenos. En esta época, en la que se añoran referentes, destaca sobremanera la irrupción estelar de Antonio, el dueño del bar más afortunado. Lo imaginamos afrontando las dificultades propias de su oficio y, pese a ello, mostrando entereza y generosidad, virtudes que escasean.

Lo sospeché desde un principio. Todo héroe necesita un antagonista al que enfrentarse. El Edward Vernon al que Blas de Lezo debe vencer. En el anuncio de marras se trata de Miguel, al que la cámara sigue mientras conversa. Es personaje secundario de uno de los spots (Llamada), aunque en esa entrega no se vislumbraba su rostro.

No contaban con mi astucia. Miguel contempla en la TV que el Gordo ha caído en el bar de Antonio. Pese a que queda patidifuso por el impacto de la noticia, rápidamente esboza un plan alternativo: llama a Luis, empleado suyo en el banco, para que se acerque hasta el bar, pese a estar de vacaciones, y trate de captar clientes para la oficina.

Se me chispoteó. Quizá sea cierto que el protagonista de este anuncio no sea el mismo que el de la llamada, aunque no me negarán que hubiera habido una justicia poética mayor si, el mismo villano, personifica a los que repudiamos por su enorme avaricia: los ricos y los banqueros.

Bueno, pero no se enojen. De la crítica social que la envolvente amaga quedan excluidos políticos y empresarios; una cosa es buscar llegar a la fibra sensible de un país que pasa penurias y, otra muy distinta, es morder la mano que da de comer. No hay que olvidar que, de momento, Loterías y Apuestas del Estado, sigue siendo una organización de titularidad estatal, pública. Depende, pues, de los políticos y se libran de la moralina implícita en toda la saga. También se salvan las grandes corporaciones; sabido es que una de las formas con las que el Estado busca aliviar sus números rojos (sin que les importe a las negras conciencias de los responsables) es privatizarla. Los que tienen dinero, y verdadero poder, están exentos de cualquier crítica a sus aviesas intenciones.

Fue sin querer queriendo. La confusión entre personajes no es casual. La trama está mal perfilada y el guión carece de solidez. Un análisis pormenorizado muestra que el que llama desde el aeropuerto, estaba presente en el primer anuncio, con ese aire lúgubre y siniestro, tal que si se tratara de un enterrador. La cadena de acontecimientos es imposible de dibujar. Imaginemos que se trata del Señor Potter, el acaudalado banquero y propietario al que se enfrenta James Stewart en It’s a wonderful world!. Potter va a iniciar un viaje. Está en la sala del aeropuerto cuando ve a Antonio celebrando que el Gordo haya caído en su bar. Puede tratarse del director de la sucursal del banco del barrio (en cuyo caso sorprende que tenga trato VIP en la sala más exclusiva del aeropuerto) y ha tenido oportunidad de llamar a Luis para que vaya a captar clientes. ¿Qué sentido tiene que haya cancelado su viaje y se haya personado allí? Si, en caso contrario, no es empleado bancario y es, llanamente, un ricachón, ¿qué interés tiene en personarse en el bar, agachar la cabeza y humillarse, cuando el problema que suponía el aplazamiento de un mes en el pago del contrato de arrendamiento ya ha sido resuelto? Y, finalmente, si tiene capacidad para viajar en el tiempo (como sabemos porque llega al bar antes que Manuel, que había llegado sin que hubieran hecho acto de presencia los medios de comunicación y por tanto no había podido ver la retransmisión en la que, primero Manuel y más tarde Antonio saltaban y celebraban con gozo el hecho de ser tan afortunados) o en el espacio (se persona en el bar en un pispás), ¿por qué desaprovecha sus superpoderes esperando en un aeropuerto para terminar compartiendo habitáculo con la plebe, en un viaje que era perfectamente prescindible?

Que no panda el cúnico. Ya sé que son demasiadas preguntas. Haber superado las tres entregas de “Back to the future”, sin que la cabeza haya explotado, no dan inmunidad perpetua.

Y prometí una deconstrucción detallada. No me olvido.

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Rápidamente se perfila el escenario en que se desarrolla la acción. A la izquierda se intuye la cola de un avión. Estamos en un aeropuerto. Al fondo, a la derecha, un grupo de secundarios presentan sus señas de identidad: cuatro viajeros y una mujer plantada, tiesa como una vela, con las manos tapando sus vergüenzas y una actitud servicial que, combinadas con su clásico atuendo, permite catalogarla como azafata de tierra. Se orienta hacia el pasajero que lee el periódico, mira el portátil y bebe limonada, cómodamente sentado. Nuestro protagonista habla por el móvil y gesticula. Ocupa el asiento contiguo dejando su gabardina sobre el reposabrazos (estrategia que hará que, con las prisas, olvide cogerla para irse al bar de Antonio). Su postura, escorado hacia la izquierda, muestra el desinterés prototípico de los que no se preocupan de los que tienen cerca. Su preeminencia queda de manifiesto por el lugar preferente que ocupa, con TV para su uso exclusivo.


La azafata se ha vuelto y acude presurosa a cumplir el encargo del tipo que, tendrá dinero y posibilidades para sentarse en la sala VIP, pero muestra poca clase en su vestimenta: no sólo lleva calcetines grises (como chaqueta, pantalones, zapatos y apariencia personal), sino que, además, son cortos. El nefasto resultado es que permite entrever sus canillas. Por otro lado, es evidente que el sorteo de la Lotería está en marcha.


“¡Como si yo fuera una ONG!”. Es evidente que no. El sujeto se ha incorporado, envalentonado hablando por teléfono, con esa actitud altiva de quien careciendo de vida interior, exterioriza sus ocurrencias mientras se muestra en público, con aspavientos, intentando convencerse de su ridícula importancia. Su mano derecha se despacha resuelta. En la izquierda, con la que sujeta el móvil, lleva el reloj y unas pulseras artesanas que compró en su última visita a Ibiza, un gesto para la galería que recuerda al expresidente de bigote entrecano.


El ademán displicente de la diestra se torna en el gesto más empleado en los lunchs que frecuenta, con sus dedos prensiles como garras, dispuestos para pillar cualquier loncha de Jabugo o gamba Orly que ande cerca.


La captura no ha sido nada del otro mundo: la pasta de té que hoy se considera obligatoria como acompañamiento de un café. Incluso en el bar de Antonio.


El status no es una cuestión accidental. Quizá se llegue de forma fortuita pero, si se mantiene, es por una cuestión de supervivencia: “el pez grande se come el chico”. Y por la capacidad de aprovechar sinergias, como emplear la pinza formada por el pulgar y el índice, para convertirlo en el gesto más empleado en cualquier reunión de altos vuelos (“por mis cojones”) o en la taberna del pueblo en el que veraneamos (“arrastro”). De fondo se ve a un par de figurantes, deambulando por la sala como si fueran seguidores de la Santa Compaña, con la gabardina en el antebrazo izquierdo, él, y vigilando la Samsonite que combina con su abrigo, ella, pese a permitirse echar un vistazo superficial al ¡Hola! que han dejado de cortesía en el aparador.

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Dejo para el final del análisis el rigor terminológico del menda.
Deja mucho que desear.
Expresiones como “el graciosillo del gerente del bar”, “grandote”, “es que es para fliparlo”, sólo caben en la imaginación de un copy que no haya salido de su casa en años. Que no sepa distinguir entre un potentado y un puñetazo. Que tenga por cierto que la idea “hablar con un amigo mío que es gestor” resulta válida en algún contexto más allá de su escasa imaginación.

Con un trabajo tan apremiado, el suyo y el de toda la productora, que les impida ser congruentes o detectar los errores en la serie de episodios que han montado.

Que no se hayan percatado de que es completamente imposible que, en el mismo minuto, en el mismo canal, puedan hablar, primero Manuel y luego Antonio. Con dos locutores diferentes (la chica de la alcachofa amarilla del primer spot; la mano varonil que sujeta una alcachofa negra, de la competencia, en este penoso anuncio).

Quizá sea que, en TV4, a las 12:27, emitiendo en directo, se haya abierto un hueco para la presencia estelar de Punxsutawney Phil, tarareando I got you babe junto a Sonny & Cher.


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Nada. Todo lo resolverá Antonio, diciendo: “alegría, alegría”.
Quizá él si pueda dormir como una marmota.

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Otros días anteriores:

Episodio 2 – Si tú supieras
Episodio 3 – El secreto
Episodio 4 – Beautiful
Episodio 5 – Dilo bien
Episodio 6 – Llamada
Episodio 7 – Carpeta
Episodio 8 – No siempre se gana
Episodio 9 – No la pierdas
Extras – Traca final

Tras una breve pausa, el último episodio.
Y un pequeño debate.
Ahora mismo, permanezcan atentos a la pantalla.

Mañana será otro día.

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...