*****
El
anuncio se asienta en un plano secuencia. Pese a que la cámara hace un
travelling circular, permanece centrada en una persona que habla por teléfono.
Mantiene un diálogo, pero no escuchamos a su interlocutor.
—
Bueno, ¿y sabes lo que me dice el graciosillo éste del gerente del bar?
—
…
—
Sí, sí. Antonio. El tío éste, grandote.
—
…
—
El del bar de la esquina.
—
…
—
Pues nada. Se me pone a lloriquear, a decirme que si ahora le van mal las
cosas, que si no tiene dinero y que si me puede pagar el mes que viene. Vamos,
como si yo fuera, eso, una ONG.
—
…
—
No. Claro, claro. Es que es para fliparlo.
—
…
—
Uh hum…
—
…
—
No, pero mira: el local éste es bueno. Lo que pasa es que alquilárselo a este
hombre, pues ha sido, eso, una equivocación.
—
…
—
Nada. Hablo yo con un amigo mío que es gestor y, a éste, lo pongo de patitas en
la calle. Lo tiramos abajo y, fuera.
—
…
—
Perdona. Ahora te llamo, ahora te llamo.
—
Antonio (en la TV): ¡Alegría, alegría!
*****
Un
episodio justiciero, en el que se puede apreciar la sombra de Chespirito flotando tras su reciente
fallecimiento, el pasado viernes. El espíritu de Roberto Gómez Bolaños estará presente en la deconstrucción de la
nueva entrega de la saga, la número ocho.
“Síganme los buenos”. En esta época, en la que se añoran
referentes, destaca sobremanera la irrupción estelar de Antonio, el dueño del
bar más afortunado. Lo imaginamos afrontando las dificultades propias de su
oficio y, pese a ello, mostrando entereza y generosidad, virtudes que escasean.
“Lo sospeché desde un
principio”. Todo héroe necesita
un antagonista al que enfrentarse. El Edward
Vernon al que Blas de Lezo debe vencer. En el
anuncio de marras se trata de Miguel, al que la cámara sigue mientras conversa.
Es personaje secundario de uno de los spots
(“Llamada”), aunque en esa entrega no se vislumbraba
su rostro.
“No contaban con mi
astucia”. Miguel contempla
en la TV que el Gordo ha caído en el bar de Antonio. Pese a que queda
patidifuso por el impacto de la noticia, rápidamente esboza un plan
alternativo: llama a Luis, empleado suyo en el banco, para que se acerque hasta
el bar, pese a estar de vacaciones, y trate de captar clientes para la oficina.
“Se me chispoteó”. Quizá sea cierto que el protagonista
de este anuncio no sea el mismo que el de la llamada, aunque no me negarán que
hubiera habido una justicia poética mayor si, el mismo villano, personifica a los
que repudiamos por su enorme avaricia: los ricos y los banqueros.
“Bueno, pero no se enojen”. De la crítica social que la envolvente
amaga quedan excluidos políticos y empresarios; una cosa es buscar llegar a la
fibra sensible de un país que pasa penurias y, otra muy distinta, es morder la
mano que da de comer. No hay que olvidar que, de momento, Loterías y Apuestas del Estado, sigue siendo una organización de
titularidad estatal, pública. Depende, pues, de los políticos y se libran de la
moralina implícita en toda la saga. También se salvan las grandes corporaciones;
sabido es que una de las formas con las que el Estado busca aliviar sus números
rojos (sin que les importe a las negras conciencias de los responsables) es
privatizarla. Los que tienen dinero, y verdadero poder, están exentos de
cualquier crítica a sus aviesas intenciones.
“Fue sin querer queriendo”. La confusión entre personajes no es
casual. La trama está mal perfilada y el guión carece de solidez. Un análisis
pormenorizado muestra que el que llama desde el aeropuerto, estaba presente en
el primer anuncio, con ese aire lúgubre y siniestro, tal que si se tratara de
un enterrador. La cadena de acontecimientos es imposible de dibujar. Imaginemos
que se trata del Señor Potter, el
acaudalado banquero y propietario al que se enfrenta James Stewart en “It’s a wonderful world!”.
Potter va a iniciar un viaje. Está en
la sala del aeropuerto cuando ve a Antonio celebrando que el Gordo haya caído
en su bar. Puede tratarse del director de la sucursal del banco del barrio (en
cuyo caso sorprende que tenga trato VIP en la sala más exclusiva del
aeropuerto) y ha tenido oportunidad de llamar a Luis para que vaya a captar
clientes. ¿Qué sentido tiene que haya cancelado su viaje y se haya personado
allí? Si, en caso contrario, no es empleado bancario y es, llanamente, un ricachón,
¿qué interés tiene en personarse en el bar, agachar la cabeza y humillarse,
cuando el problema que suponía el aplazamiento de un mes en el pago del
contrato de arrendamiento ya ha sido resuelto? Y, finalmente, si tiene
capacidad para viajar en el tiempo (como sabemos porque llega al bar antes que Manuel,
que había llegado sin que hubieran hecho acto de presencia los medios de
comunicación y por tanto no había podido ver la retransmisión en la que,
primero Manuel y más tarde Antonio saltaban y celebraban con gozo el hecho de ser
tan afortunados) o en el espacio (se persona en el bar en un pispás), ¿por qué
desaprovecha sus superpoderes esperando en un aeropuerto para terminar
compartiendo habitáculo con la plebe, en un viaje que era perfectamente
prescindible?
“Que no panda el cúnico”. Ya sé que son demasiadas preguntas.
Haber superado las tres entregas de “Back
to the future”, sin que la cabeza haya explotado, no dan inmunidad
perpetua.
Y
prometí una deconstrucción detallada. No me olvido.
*****
Rápidamente
se perfila el escenario en que se desarrolla la acción. A la izquierda se
intuye la cola de un avión. Estamos en un aeropuerto. Al fondo, a la derecha,
un grupo de secundarios presentan sus señas de identidad: cuatro viajeros y una
mujer plantada, tiesa como una vela, con las manos tapando sus vergüenzas y una
actitud servicial que, combinadas con su clásico atuendo, permite catalogarla como
azafata de tierra. Se orienta hacia el pasajero que lee el periódico, mira el
portátil y bebe limonada, cómodamente sentado. Nuestro protagonista habla por
el móvil y gesticula. Ocupa el asiento contiguo dejando su gabardina sobre el
reposabrazos (estrategia que hará que, con las prisas, olvide cogerla para irse
al bar de Antonio). Su postura, escorado hacia la izquierda, muestra el
desinterés prototípico de los que no se preocupan de los que tienen cerca. Su
preeminencia queda de manifiesto por el lugar preferente que ocupa, con TV para
su uso exclusivo.
La
azafata se ha vuelto y acude presurosa a cumplir el encargo del tipo que,
tendrá dinero y posibilidades para sentarse en la sala VIP, pero muestra poca
clase en su vestimenta: no sólo lleva calcetines grises (como chaqueta,
pantalones, zapatos y apariencia personal), sino que, además, son cortos. El nefasto resultado es que permite entrever
sus canillas. Por otro lado, es evidente que el sorteo de la Lotería está en
marcha.
“¡Como si yo fuera una
ONG!”. Es evidente que
no. El sujeto se ha incorporado, envalentonado hablando por teléfono, con esa
actitud altiva de quien careciendo de vida interior, exterioriza sus
ocurrencias mientras se muestra en público, con aspavientos, intentando
convencerse de su ridícula importancia. Su mano derecha se despacha resuelta.
En la izquierda, con la que sujeta el móvil, lleva el reloj y unas pulseras
artesanas que compró en su última visita a Ibiza, un gesto para la galería que
recuerda al expresidente de bigote entrecano.
El
ademán displicente de la diestra se torna en el gesto más empleado en los lunchs que frecuenta, con sus dedos
prensiles como garras, dispuestos para pillar cualquier loncha de Jabugo o
gamba Orly que ande cerca.
La
captura no ha sido nada del otro mundo: la pasta de té que hoy se considera
obligatoria como acompañamiento de un café. Incluso en el bar de Antonio.
El
status no es una cuestión accidental.
Quizá se llegue de forma fortuita pero, si se mantiene, es por una cuestión de
supervivencia: “el pez grande se come el
chico”. Y por la capacidad de aprovechar sinergias, como emplear la pinza
formada por el pulgar y el índice, para convertirlo en el gesto más empleado en
cualquier reunión de altos vuelos (“por
mis cojones”) o en la taberna del pueblo en el que veraneamos (“arrastro”). De fondo se ve a un par de
figurantes, deambulando por la sala como si fueran seguidores de la Santa Compaña, con la gabardina en el
antebrazo izquierdo, él, y vigilando la Samsonite
que combina con su abrigo, ella, pese a permitirse echar un vistazo superficial
al ¡Hola! que han dejado de cortesía en el aparador.
*****
Dejo
para el final del análisis el rigor terminológico del menda.
Deja
mucho que desear.
Expresiones
como “el graciosillo del gerente del bar”,
“grandote”, “es que es para fliparlo”, sólo caben en la imaginación de un copy que no haya salido de su casa en
años. Que no sepa distinguir entre un potentado y un puñetazo. Que tenga por
cierto que la idea “hablar con un amigo
mío que es gestor” resulta válida en algún contexto más allá de su escasa
imaginación.
Con
un trabajo tan apremiado, el suyo y el de toda la productora, que les impida
ser congruentes o detectar los errores en la serie de episodios que han montado.
Que
no se hayan percatado de que es completamente imposible que, en el mismo
minuto, en el mismo canal, puedan hablar, primero Manuel y luego Antonio. Con
dos locutores diferentes (la chica de la alcachofa amarilla del primer spot; la mano varonil que sujeta una alcachofa
negra, de la competencia, en este penoso anuncio).
Quizá
sea que, en TV4, a las 12:27, emitiendo en directo, se haya abierto un hueco
para la presencia estelar de Punxsutawney
Phil, tarareando “I got you babe”
junto a Sonny & Cher.
*****
Nada.
Todo lo resolverá Antonio, diciendo: “alegría,
alegría”.
Quizá
él si pueda dormir como una marmota.
*****
Otros días
anteriores:
Episodio 8 – No
siempre se gana
Episodio 9 – No
la pierdas
Extras – Traca
final
Tras
una breve pausa, el último episodio.
Y
un pequeño debate.
Ahora
mismo, permanezcan atentos a la pantalla.
Mañana será otro día.
creo que ya sabes que opino de estos anuncios y con este que no habia visto me ratifico
ResponderEliminarHoy es el día.
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