Tres elementos se combinan, no aleatoriamente, y actúan como impulsores en la búsqueda de una etiqueta que defina y categorice la “nueva” sociedad en que nos encontramos.
Foto: Thomas Hawk |
El primero de ellos es el cambio de milenio, que dejó huérfanos a los primeros diez años (serán recordados como los del nuevo milenio). El cambio de década urge a resolver el problema de forma apremiante.
El segundo elemento es el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación , las famosas Tic’s que no implican necesariamente conductas compulsivas y el establecimiento de rituales en la mayoría de los ciudadanos (que también), sino que hemos asistido a un proceso de extensión y normalización en el acceso a la información, así como a la democratización (generalización) de las comunicaciones. La revolución alcanza a la forma de comunicarse, al acceso a la información y, también, a la transformación de las costumbres cotidianas, sustancialmente al aprovechamiento del tiempo de ocio.
Finalmente, el tercer elemento que subyace en el cambio producido en esta nueva sociedad es la globalización. Sin pretender cuestionar, ahora, los efectos derivados del proceso, apuntamos dos características clave en la sociedad de los años 10: la uniformidad y la simultaneidad. Los cambios se producen a nivel global de maneras sustancialmente similares y de forma sincrónica (o sincronizada, según los casos).
Así que, estos tres elementos transformadores (nueva década, TIC’s, globalización) reclaman una etiqueta que identifique, no sólo el momento temporal en que nos encontramos, sino que clasifique la nueva sociedad que hemos construido.
Superado ya el ímpetu inicial que recibió –con el cambio de milenio- la divisa “sociedad de la información”, se ha venido consolidando la más novedosa “sociedad del conocimiento”. Subliminalmente percibe uno el cambio subyacente que pretendidamente encierra. Frente a la mera disponibilidad de la información, se destaca, se subraya, se enfatiza, la capacidad de gestionar la que se encuentra disponible. Se nos pretende hacer creer que ésta es una sociedad más sabia, más madura, más rica (en matices), porque hemos avanzado en nuestra capacidad colectiva de manejar nuestro acervo cultural y social.
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Las etiquetas no son casuales: las usadas y divulgadas mediante los medios de comunicación utilizados “masivamente” no se imponen de forma arbitraria. Como todas las tendencias, van cambiando y alterando su forma para adaptarse al propósito para el que son concebidas. Cuando escucho repetidamente algunos términos y percibo que terminan aceptándose (“hoja de ruta”, “diferentes escenarios”, “revolución digital”), sé que constituye una imposición que penetra en las conciencias individuales a través de los medios de comunicación y la mal llamada opinión pública, para convertirse en un “fenómeno mediático”. Es lo que está ocurriendo con la “sociedad del conocimiento”.
- Dudo que sea cierto. La utilización de las TIC’s está transformando nuestra sociedad (fundamentalmente a los más jóvenes), encaminándolos hacia la superficialidad. La difícil situación del mercado laboral y la deficiente calidad del sistema de formación reglada no hacen más que estimular un proceso en el que se potencia el desarrollo de jóvenes de escasa preparación y baja empleabilidad. Ciertamente son mucho más inespecíficos y tienen nociones elementales en un rango de campos de mayor amplitud que cualquier generación precedente. Este panorama conducirá irremediablemente a una sociedad del entendimiento, más que a una del conocimiento.
- Afirmo que es inútil. El empuje social debería conducirnos en otra dirección. El camino que nos quieren convencer que hemos iniciado y que supuestamente nos guía hacia la consecución de la sabiduría, no lleva a ningún sitio. Es evidente que saber es bueno (y hay quien incluso afirma ingenuamente que no ocupa lugar; le invito a que visite cualquier biblioteca), pero el éxito personal en la búsqueda de la felicidad está reservado exclusivamente para los más hábiles, no para los más sabios. Este énfasis absurdo, casi obsesivo, en el conocimiento, en la sabiduría, presenta como prototipo ejemplar a Yoda, ese simpático ermitaño que seducía al aprendiz Skywalker con su orientalismo, su conexión energética universal y su poderío emanado de controlar la fuerza. En su voluntario retiro era capaz de comprehender todo lo que ocurría en la galaxia. Sí, reconozco que mola mucho, pero las cosas no empezaron a cambiar hasta que abandonaba su aislamiento para tutelar a Luke en un viaje iniciático en el que le enseñaba a repartir bofetadas (en la sofisticada versión intergaláctica de la espada láser). Su mesianismo, su indiscutido liderazgo provenía, no de su capacidad contemplativa, no de su desarrollo interior, no de su comunión con la naturaleza, no de su fuerza mental, sino que se encontraba en su capacidad para hacer cosas: en sus habilidades. Los hechos son, ciertamente, más importantes que las palabras.
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Estamos inmersos en un viaje que no tiene fin (eso esperamos). El colectivo que forma la especie humana está en continua evolución. Nuestra sociedad está regida por unas leyes y unos valores que nosotros mismos nos otorgamos. Corresponde a un acuerdo social, del que todos formamos parte, y en el que todos intervenimos.
No es una entelequia. No es una construcción abstracta que se forma en las mentes de algunos elegidos. Es el resultado de la intervención y la participación de todos y, sólo la capacidad de influencia de cada uno determina nuestra relevancia individual a la hora de proceder a su construcción.
Así que, desde el ámbito de influencia que personalmente pueda llegar a tener, reclamo un cambio de orientación en la percepción de las características definitorias de la sociedad que estamos construyendo. No debemos anhelar una sociedad de sabios, debemos buscar afanosamente una sociedad de hábiles: personas que sean capaces de hacer cosas, que sean reconocidas por sus logros, por sus resultados. Una sociedad que valore el talento de sus miembros atendiendo a lo que hacen, en lugar de centrarse en lo que conocen. Una sociedad, en definitiva que prime la interacción social y no el aislacionismo intelectual.
En esa “sociedad de los hábiles” todos tendremos cabida y todas las aportaciones serán bienvenidas. Si empezamos ahora a resaltar la importancia de las habilidades sociales, teniendo toda la década por delante, estos años se recordarán como los hábiles años 10. Y tú podrás afirmar con orgullo dónde lo leíste por primera vez.
Algo así debe estar pasando....
ResponderEliminarLos hábiles están desarrollando/inmersos en las TIC´s y los ineptos nos están gobernando.
Suscribo lo dicho:
ResponderEliminar<<... debemos buscar afanosamente una sociedad de hábiles: personas que sean capaces de hacer cosas, que sean reconocidas por sus logros, por sus resultados. Una sociedad que valore el talento de sus miembros atendiendo a lo que hacen, en lugar de centrarse en lo que conocen>>
Muchas gracias. Ambos habéis destilado el verdadero sentido del texto.
ResponderEliminarAlberto Secades