Construcción
ligera con pilares que sostienen una cubierta.
Tengo
especial cariño por el de música del paseo del Bombé, en el Campo de San
Francisco de Oviedo, donde tanto jugué
en mi infancia.
“Quiosco de música del Bombé”. Ilustración de María Viyella. Tomado de Oviedo y la pintura |
Mostraba
una lozana presencia y animaba bailes y conciertos, ubicado en el recinto
ajardinado, conocido metafóricamente como “el
pulmón de Oviedo”.
El
Campo, hablando grosso modo, ha
seguido una evolución errante, carente de rumbo, transmitiendo la sensación de
que no se sabe muy bien qué hacer con él y, como un dinosaurio moribundo, se le
mantiene con delicadeza, sin atreverse a acometer una intervención decidida.
Ese
pálpito de que se quiere evitar “poner
puertas al Campo”.
Ya
no es preciso. Tantos años de dedicarle una mirada torva, esquiva, han provocado
una sensación de agobio que hace que algunos lo atraviesen y pocos, cada vez
menos, lo frecuenten. Ha perdido protagonismo como espacio para la actividad
cotidiana. Los habituales, muestran actitudes y costumbres anticuadas para los
cánones al uso: pasean animales, leen libros, se sientan en los sucios y
destartalados bancos, o persiguen a una tropa de críos, a los que llaman por
sus nombres étnicos: abundan, los “Bahja”,
“Cuidau” o “Benaquí”.
Es
fácil entender la psicosis que produce, dada la carencia de elementos de uso, a
excepción de los que se conservan en el perímetro del recinto. La metáfora del
pulmón evoca uno que haya contraído silicosis.
Y,
como si de un enfermo crónico se tratara, en momentos excepcionales se permiten
las visitas. Se organizan fiestas que lo ocupan y lo entretienen. Pero, a la
larga, son todas efímeras; en su caducidad, ayudan a acrecentar su vejez. El
desuso contrasta con la vitalidad potencial que profundamente atesora.
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Para
explicar la falta de actividad ordinaria en el Campo, se pueden observar los
elementos arquitectónicos presentes.
El
Ayuntamiento, responsable de su mantenimiento y de poner en marcha un plan de
actuación corrector, cataloga al Campo en su página web, detallando sus
características.
"Captura de pantalla, intentando ser fehaciente" |
La
página está tan mal estructurada, tan llena de errores y con tantas ausencias
injustificables, que cuesta decidir por dónde empezar.
Es,
de todas formas, una demostración de un método de trabajo en boga: hacer mucho, con especial énfasis en lo que
resulte novedoso, olvidando cuidar
los detalles y eludiendo buscar un adecuado remate que proporcione un carácter
duradero a las acciones emprendidas.
Debo
decirlo ya: bustos, esculturas o fuentes no constituyen elementos arquitectónicos. Son, en todo caso, elementos ornamentales. Y es que “todo lo que sea desmontable, móvil o
efímero —por su carácter provisional o temporal—, no tiene consideración de
elemento arquitectónico”.
Así
que los montajes, que caracterizan al actual consistorio, —provisionales, temporales, efímeros—, dan un aire de fugaz
efervescencia. El más acusado es un calendario floral.
"Todos los días" |
Resulta
irónico que en un catálogo del
Ayuntamiento (aunque resulte virtual),
se olviden elementos que sí están presentes, con carácter fijo, en el interior
del Campo. Hago mención del interior,
a sabiendas, mostrando recelo de que hayan omitido, ex-profeso, los que se ubican de forma perimetral. El más singular,
es el que se conoce como el “Escorialín”,
ubicado en la esquina inferior de la calle Santa
Cruz, dedicado, con escaso uso, a una oficina de información municipal. Se
ganó el nombre por la facundia ovetense, tan presta a bautizar cosas y lugares:
según se decía, su construcción llevó tanto tiempo como la del Monasterio que Felipe II había encargado para celebrar
la victoria sobre los franceses en la batalla de San Quintín.
Se
ponen a la venta las sillas para el desfile del Día de América en Asturias. La
taquilla está instalada en la Avenida de Alemania del Campo San Francisco. No
ubicada en el quiosco, como parecería propio, sino que se plantificó una caseta
de obra en la que dos chicas se aburrían ante la ausencia de clientes. Así pude
contemplarlo al pasar por allí, el miércoles a las 11 de la mañana.
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Hay
más elementos arquitectónicos en el interior del recinto (y no están
relacionados en la página). Pienso en el palomar. En el bloque conjunto
Biblioteca / Centro social / Escuela de Hostelería. Y en todos los quioscos,
que han corrido suerte dispar.
El
más destacado, el de música, se encuentra en un estado lamentable, mostrando un
deterioro, al que no puedo encontrar justificación alguna.
Un
andamiaje evita precariamente el derrumbe. A la vista se ha situado un cartel
avisando de las medidas preventivas de seguridad, a seguir en caso de obras
(que no están en marcha, ni previstas, que se sepa). Se ha vallado el contorno
empleando chapas metálicas. Han recibido la guinda moderna que destaca, como un
sopapo, el abandono: los graffitis; el
que está más a la derecha, resume la actitud del Ayuntamiento (“Vacile”). Como jaranero
colofón, una cinta voladora, encanada en la rama del árbol, es la muestra de
que el Campo ha sido escenario polivalente de actividades infantiles en la
semana de fiestas mateínas y los niños no llegaron a sentir miedo, jugando en
verdadero pelotón, en torno a este mausoleo a la desidia.
Todo
se aprecia en la siguiente foto:
"19 de septiembre de 2013" Foto: Naim |
Los
tradicionales quioscos han compartido infortunio, con destino común en su cese
de actividad:
— El que en su día cobijó a Petra y Perico fue demolido, para instalar unos columpios.
— El “aguaducho”, donde se podía tomar un refrigerio, ha cerrado.
— El de “la Chucha”, destinado a prensa y golosinas, hace tiempo que no se
usa y se mantiene con un aspecto asqueroso; recuerdo haberle visto envuelto en
unas lonas azules, cual mortaja de un cadáver que, necio, se obstina en
mantenerse erguido.
En
el paseo de los Álamos se alinea un conjunto dispar de establecimientos de
carácter permanente: heladerías, churrerías, en un batiburrillo variopinto que
desluce el conjunto. En otoño, un par de puestos de castañas animan, con su
atrayente olor, a calentar los bolsillos.
Durante
todo el año se instalan carpas, con ferias dedicadas a diversos motivos, que
hacen que el paseo deje de tener sentido (excepto para especialistas en sortear
obstáculos).
Bancos
desvencijados (y sucios) se dispersan por doquier.
La
rosaleda y el estanque de los patos presentan un atractivo pasajero; los pavos
reales aprovechan cualquier ocasión para fugarse (uno de ellos tiene seguidores
en facebook), llegando a poner en
peligro su vida.
Alberto Polledo, con la mediación de Alfonso Iglesias, glosa a un “fanfarrón, pendenciero, camorrista, conflictivo,
alborotador, bravucón y matasiete”. Todo un pavo, vaya.
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Este
desdén hacia lo propio constituye un
rango distintivo.
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En
otros lugares, determinados pabellones (quioscos) se erigían con motivo de una
celebración concreta, llegando a alcanzar notoriedad. Pueden considerarse, con
todo rigor, elementos arquitectónicos. Se han convertido en símbolo de la
ciudad que los alberga: pienso en la torre Eiffel,
que se construyó para la Exposición
Universal de 1889 de París.
Antes,
Joseph Paxton, afamado constructor
de invernaderos, hubo de intervenir para rematar el Crystal Palace,
que albergaría la Gran Exposición de
1851 en Londres. Era un pabellón (un
gran quiosco) que inspiraría el Palacio de Cristal del
Retiro, en Madrid,
construido en 1887.
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Viajar
siempre me despierta necesidad de patear los entresijos de las ciudades que
visito. Bebo mucho (para combatir la sed y el calor) y debo frecuentar
mingitorios, también conocidos como “quioscos
de necesidad”, aquellos retretes destinados al alivio (público) de
necesidades (de forma privada). Recuerdo a Guillermo
Summers avisando de que, en uno, había un león.
Durante
las fiestas de San Mateo han colocado unas cabinas
portátiles, habituales ya en cualquier festejo popular, flanqueadas por unos
urinarios triples, absolutamente indecentes, que muestran su utilidad en la
segunda parte del recorrido de la sidra, en el escanciado de retorno.
"Escanciador de sidra (gravitatorio)" Foto: Joselón Peña |
La
novela “Clochemerle” (Gabriel Chevallier, 1934) mostraba las reacciones
que provocaba la instalación de unos urinarios públicos —un quiosco—, en la
plaza de un pueblo, en el Beaujolais
francés.
He
encontrado un delirante vídeo, en inglés, de la serie basada en el libro que
emitió la BBC en 1972, que ilustra la controversia. Con un nivel de inglés que
me permite entender todo lo que dice la alcaldesa madrileña (cuando habla
en inglés, al menos) no soy capaz de determinar si el pastor habla de “paz”, o está hablando del uso que se
le va a dar al engendro protagonista.
He
de reconocer que no hay nada más comprometido que sentirse incapaz de aligerar
la presión. Más, si Claudine Longet está
cantando —tan encantadora, tan francesa ella—, que no hay “Nada que perder”,
a la vista de todos.
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Procurado
el alivio, seguiré con el repaso.
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Pese
a que se presentaban abiertos por todos los lados, destinados a conciertos
populares, en ocasiones redujeron su tamaño, se cerraron con paramentos y se
destinaron a usos específicos: venta de flores, golosinas o prensa.
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Cada
vez que pienso en enviar un mensaje con flores, pienso en Nino Bravo,
Scott McKenzie o The Lumineers.
Como
quiera que de momento no tenga pensado partir, ni mi destino sea San Francisco, ni pretenda tampoco quedarme
encallado en mitad de una escalera atestada, creo que me saltaré lo que en mi
ciudad, con ese gusto afrancesado tan característico y deprimente, han
bautizado el “Boulevard de las flores”.
Prefiero
los que, siendo osados, sacan el género a la calle y llenan las aceras de olor
y color.
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Las
golosinas (“chuches”, en
neolengua) se despachan en “tuttifruttis”,
un calificativo inexplicable que la chavalería ha acortado como “tutti” y cuyos dependientes se han
ganado el mérito profesional, al quedar como único espacio en el que los padres
modernos dejan campar a sus hijos, de forma descontrolada.
No
entraré en ninguno, por descontado. No puedo resistir los intentos infructuosos
de compaginar la gula con el desconocimiento elemental de las matemáticas.
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Sólo
quedan los quioscos de prensa. En esta ciudad fría y lluviosa, húmeda sin
compasión, los quiosqueros se guarecen en establecimientos cerrados. Hacen lo
que pueden por adaptarse, a la vista de que, como las
librerías, su mercado se va reduciendo. No por el volumen de los productos
(en septiembre y enero, alcanzan cotas desmedidas, con esa estrategia de marketing que se apoya en la
visibilidad), sino por la reducción de su público potencial. Es evidente que
cada vez se lee menos. Y que, de forma creciente, las pantallas no necesitan de
alguien que les atienda personalmente.
[Anina,
seguiré pasando a charlar contigo].
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Así
que el término seguirá su viaje.
Empezó
en Persia, —de “kōšk” (‘pabellón’ en pelvi)
a “košk” (en persa)—, pasó a Turquía
—“köşk”, en turco— y llegó a Francia
—“kiosque”—.
De
nuevo el gusto afrancesado hizo que la grafía con “k” ganara adeptos, aunque la RAE lo prefiere como con “q”,
gracias.
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Una
palabra que sobrevive, mutante, aunque sus usos originales se vayan mostrando
en retroceso.
He
visto un “Kiosko de vinos”. Creo que reemplazarán
a las “boutiques” en su variedad
multimodal.
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Hoy,
22 de septiembre de 2013, mientras los rezagados se retiran a dormir la siesta
del carnero, un día después de la fiesta en honor de San Mateo —no el patrón de
la ciudad, que es San Salvador—,
habiendo comido el bollu preñau y recibido
la Perdonanza, desalojados los ocupantes ocasionales, liberados de esta
invasión transitoria (a los que, ocasionalmente, hemos desarmado),
poco antes de cumplirse el 104º
aniversario de la gesta del Cabo Noval,
llega el tiempo de la meditación y el análisis.
No
hay más que dos alternativas (y son mutuamente excluyentes):
ü
Alentar el
establecimiento, favorecer la búsqueda de echar raíces, estimular el deseo de
permanencia.
ü
Animar la
itinerancia, la temporalidad, el tránsito perpetuo, en un viaje a ninguna
parte, que invita a un talante peregrino, más que al desarrollo de una
peregrinación hacia algún lugar definido.
Una
pregunta debe encontrar respuesta: ¿cuál es el carácter que se desea insuflar
en la ciudad, mediante los cambios que continuamente se incentivan?
Uno
tiene la sensación de que dejarse cautivar por lo novedoso, sin atender a la
huella que vaya a suponer, puede llevar a un goteo incesante, a un chorreo sin
fin. Quienes tomen decisiones, todas decisivas,
deben entender que la falta de liquidez obliga a una forma sensata de actuar,
basada en la persecución de proyectos que, pasado el tiempo, se mantengan
sólidos.
*****
Preocupa
que, mientras continúa el cierre de tiendas, prolifera el despliegue de
tenderetes; de aquellos que pueden largarse a
la francesa.
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No
se puede negar la facilidad con la que Caunedo
cae atrapado por cantos de sirena, con ese voluntarioso ánimo que le hace
apuntarse a todo lo que suene a nuevo. No importa si se trata de una aplicación
para reservar aparcamiento desde el teléfono (¿no habíamos quedado en evitar
las distracciones?), apuntarse a un plan
Oviedo 30 basado en habilitar carriles en los que tienen prioridad las
bicicletas y se multa a los vehículos que superen los 30 km/h (en una ciudad en
la que resulta complicado animarse a coger una, a la vista de las cuestas y la
lluvia) o modernizar
las fiestas de San Mateo, aportando como novedades exclusivas la
instalación de un nuevo escenario para actuaciones musicales (una carpa
habilitada en el parking del Carlos Tartiere) o unas jaimas (casetas,
para los neófitos en neolengua), que
gestiona la Asociación de Hostelería y que se habilitaron en el paseo de los
Álamos, controvertidas
según para quién.
Una
exposición itinerante se instaló este verano en la plaza de la Catedral, bajo
una carpa. La taquilla era una caseta de obra, habilitada para no parecer un
puesto de helados. El objetivo de la muestra era promocionar una reliquia,
ubicada en Turín, por más que en el
recorrido se incluyeran, como en un accésit,
menciones al sudario que se guarda en la Cámara Santa. Se habló en su momento
de, que serviría para “analizar el
posible impacto futuro de un centro de interpretación, [...] ubicado
hipotéticamente en el martillo de Santa
Ana”. Sostener que “la capital reúne, por primera
vez, las dos reliquias más preciadas de la cristiandad [...]. Han tenido que
pasar más de dos mil años para que, ambas telas, que, científicamente está
demostrado que cubrieron a un mismo cuerpo, vuelvan a unirse” es de una
falsedad alarmante. Primero, porque la tela turinesa nunca vino a Oviedo (era
un facsímile). Y segundo, y más
importante, porque la muestra se quedó en puertas, alentando la interpretación
de que el cabildo no las tenía todas consigo sobre las intenciones del
promotor.
Tanto
interés en dotaciones móviles, de quitaypón,
con fecha de caducidad, habilitadas a discreción, permite otorgar al alcalde el
nombramiento de “homo habilis”. En el
mismo acto, Braun y Barry podrían ser nombrados sus fieles
escuderos.
La
sensación de provisionalidad sólo se transmite si
contempla. Los cuatro escenarios (Catedral, la Ería, Plaza Feijoo, Plaza
del Paraguas) explican por qué este año los empresarios no
acudieron a la subasta para instalar barracas.
*****
Y,
como cierre nefasto, la novedad más triste que se recuerda.
La
Balesquida, la cofradía más
antigua de España, data del siglo XIII. Una sentencia reciente confirma el
cambio en la naturaleza de la sociedad, pasando de ser una entidad regida por
el derecho civil —como siempre había sido, desde su fundación— a estar sometida
al derecho canónico.
Una
nueva deriva, contraria a la independencia de los asuntos divinos y terrenales,
tan necesaria siempre.
Una
completa “traición a la tradición”.
*****
Agradecimientos:
María Viyella dejó
para el recuerdo la ilustración más bonita del quiosco que pueda imaginar.
Naim amablemente
atendió mi petición para hacer una foto que muestra un deterioro incomprensible.
Nacho San Marcos me ayudó a precisar determinados términos técnicos y a quien pido clemencia
por las incorrecciones que haya podido cometer.
Joselón Peña,
de quien he tomado una fotografía que documenta el meadero mateíno.
Magnífica entrada, amigo Secades. Qué pena me da lo que cuentas de Oviedo, ciudad muy querida para mí, aunque parece ser el signo de los tiempos, porque casi todo lo que dices puede aplicarse -mutatis mutandis- a Madrid.
ResponderEliminarEspecialmente triste lo del Campo de San Francisco; parece mentira que el Ayuntamiento no ponga interés en cuidar ese espacio privilegiado que tenéis en la ciudad. Si la gente lo visita cada vez menos, es que algo se está haciendo rematadamente mal.
Estos munícipes tan originales que padecemos no parecen darse cuenta de que, cuando algo está bien, basta con cuidarlo; no es necesario hacer modernidades y gilipolleces -lo del calendario que cuentas me escalofría-. Por otro lado, es indecente el estado del quiosco; seguro que arreglarlo cuesta mucho menos que cualquier chorrada de las que hace el Ayuntamiento cotidianamente. Qué desastre.
Por cierto, preciosa ilustración del quiosco. Felicidades a la artista.
Gracias.
EliminarLo de las chorradas de los alcaldes es un sinsentido excesivamente común. Comparar la ilustración de María y el estado actual, debería ser una llamada a la acción; seguramente, daría comunicando.
Lo del calendario floral es tal y como lo cuento. Lo más sorprendente es la cantidad de turistas que se fotografían con ese fondo; si recuerdas el Campo está muy cerca del conjunto escultórico con una fotógrafa, una mula y una silla de tijera, donde todos hacen el ridículo. Otro lugar para detectar descerebrados es la plaza de Trascorrales, donde ancianos se juegan el tipo para subirse a una burra y morir (o quedar inmortalizados).
Es así como los alcaldes habilitan espacios populares.
Deplorable.
PD - La ilustración es una maravilla. Sin duda, lo mejor del artículo.
El Ecmo Ayunatmiento dbería nombrarte hijo predilecto por la defensa del patrimonio del mismo. Solo conozco Oviedo de pasada pero me gsto bastante. un par de amigos son de allí pero como viven cerca de mi hogar nunca he quedado en Oviedo. Curiosamnete ayer estuve en un Quiosco con un grupo que tocaba versiones de Petty, Sade... increíble , no muy buenos pero alegraba la tarde noche en unas terrazas. Todos ñps lugares que forman parte de mi vida tienen uno. Como el toro de Osborne protección.
ResponderEliminarQuerido Bernardo: tal y como están las cosas si el alcalde, o alguien afín a la corporación, se leyera el artículo, lo único que me nombrarían sería hijo de ....
EliminarLo de un quiosco, dedicado a su uso original, con versiones de Petty o Sade, suena de fábula (aunque fueran intérpretes mediocres).
La mediocridad abunda tanto que se agradece el buen gusto.