jueves, 19 de enero de 2012

Los abuelos

Las sociedades cambian. Las costumbres también. Uno de los parámetros que podrían emplearse —aunque no me consta que se haga— para medir el grado de evolución y progreso de una sociedad, es observar el papel que se reserva en ella a los mayores.

Foto: eljoja

Así que, desde esta atalaya en la que yo mismo me he puesto, quiero actuar como vigía y observar cómo tratamos, aquí y ahora, a los abuelos.

Al margen de mi postura personal; de las anécdotas que pueda recordar de los míos propios; de la experiencia en el trato con los que tengo más próximos, me gustaría convertir esta reflexión en un acto que trascienda el ámbito privado de mis opiniones, recuerdos o experiencias. No pretendo estar en posesión de la verdad y no considero que mis vivencias sean, necesariamente, extrapolables.

Le he dado vueltas y he encontrado una forma de presentar —alejada o distanciada de mi propia persona— que me permitirá, al tiempo, realizar un experimento sociológico: cómo muestra la publicidad a los abuelos.

Antes de empezar, debo avisar que este artículo está preñado de animus jocandi; confieso sin rubor que me he reído mucho al hacerlo. No creo que su naturaleza invalide el intento. Sí quiero aclarar que no he pretendido ser, en absoluto, irrespetuoso.

Vamos allá


El anuncio más antiguo que recuerdo, que incluyera un abuelo, es esta pieza en la que se juntan abuelo y nieto, en una relación sumamente especial, en la que, mientras le ofrece el mismo caramelo que su abuelo le había ofrecido a él cuando tenía cuatro años —y que misteriosamente desapareció de España, porque, hasta la emisión del anuncio, nadie conocía la marca— y aprovecha, envidioso, para encresparle, a su nieto, el cabello que él mismo añora. El papel del abuelo se convierte en transmisor de tradiciones, pero, teniendo en cuenta el papel pasivo que adopta el muchacho —no emite ningún sonido; ni siquiera un relamiente “hummm” tras meterse el caramelo en la boca— y la estética retro del abuelo con su chaleco abotonable, no nos extraña que se convirtiera, años más tarde, en el nieto que no le gusta el queso.


Otro ejemplo de abuela aferrada a las tradiciones es esta griega —espléndida en su inimitable “jronya que jronya”— que termina su intervención con un seco portazo. Hay abuelas con carácter.


Un clásico de las abuelas adaptadas a su tiempo es la inefable defensora de la fabada, —que cambia desde la “auténtica” de los primeros tiempos a la “natural”, de plena vigencia—, mientras la protagonista, “mutatis mutandis”, se empecina en su epigónico “dai prisa, dai prisa”.


Tanto cambian las cosas a su alrededor que se ve obligada a hacer un cursillo de emergencia a un alpinista fallido, vuelto, a la vida, por las excelencias del plato estrella de los asturianos y, a la actualidad, por el resumen exprés de la veterana.


Es un caso inversamente proporcional al del pastor aislado del mundo que, ni sabía que Franco había muerto, ni intuía una época de sequía europea para el Madrid.



Así era el mundo del campo y la trashumancia: aislamiento personal y existencial que sólo un todo-terreno era capaz de subsanar. En la ciudad, los abuelos se mantenían al día. Nuestro próximo protagonista se va de farra con su amiguete y unas “chatis” y salen a lucir tipo, mientras sus nietos mellizos añoran cuando el abuelo, en lugar de hablar de su “tingo”, les contaba cuentos, les llevaba al cine o al circo —actividades hoy en desuso— para irse, los cuatro y los que se apuntaran, de guateque crepuscular permanente.


También es verdad que hay abuelas que, con un volante en las manos, demuestran ser unas cachondas.


No es muy habitual que la publicidad se planteé un mundo en que los dos abuelos sigan vivos, juntos y tengan su propia vida familiar, en ocasiones, llena de dramas domésticos.


Es posible que, el amor, a sus años, siga siendo tan necesario, como perjudicial para la salud.


Y los hay ¿de verdad existen todavía?, abuelos liberados de tareas ajenas que pueden dedicarse a formarse en lo que les interesa.


Pero lo normal es que se les cargue de tareas. Hay abuelas que no temen el diagnóstico de personalidad múltiple y aglutinan en su persona las tareas de enfermera, cocinera, animadora, consejera y canguro, sin dejar de ser, por encima de todo, abuelas.


Y hay, también, hijas obsesivas que, a pesar de encargar la tarea de cuidar al nieto enfermo, mientras ellas trabajan, desconfían de la capacidad de su propia madre.


Hay nietas cabronas.


También hay nietos que saben aprovechar esos momentos para disfrutar de estar con sus abuelos. Pueden llegar a convertirse en los mejores maestros.


Llego hasta aquí. Seguirá en Los abuelos (II).

6 comentarios:

  1. No recuerdo alguno de los videos, te faltó el de Casa Tarradellas...a lo mejor llega en la segunda parte.

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  2. Yo sólo tuve la oportunidad de conocer a una abuela siendo muy pequeño, pero es algo que nunca se olvida: Los abuelos.... tanto cariño, tanta ternura, tanta paciencia

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    1. Son la correa de transmisión de las tradiciones menos necesarias (pero más humanas)

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  3. Yo también tenía una sola abuela ....que no era ni cariñosa ni nos consentía ni era dulce pero yo me lo pasaba estupendamente ...un libro de historia abierto y andante ya que me llevaba por Londres y otras partes de Inglaterra, y no paraba de explicarme la vida pasado y presente con todos los "actores" de diferentes épocas. Lo que más me gustaba era volver del colegio el viernes y hacer la maletita corriendo para irme a su casa.
    Hoy, hay demasiados abuelos que están sobrecargados de trabajo en el cuidado de la casa y de los nietos que casi no tienen tiempo para compartir con tranquilidad su sabiduria y sus experiencias.
    Saludos,
    Nina

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    1. Un abuelo que tiene que ir a llevar y a recoger a los niños al colegio, que carga con sus bártulos, les prepara la merienda, los lleva al parque, hace de canguro y qué sé yo cuántas cosas más, termina el día sin tener más ganas que de consentirles y contemplarles (para eso están).

      Los abuelos que hacen eso, ni cantan, ni cuentan cuentos, ni enseñan juegos, ni explican cosas con calma. No disfrutan de los nietos ni hacen que los nietos disfruten de ellos.

      Hay cosas que los padres no pueden hacer con los hijos, pero los abuelos sí y cada día queda menos tiempo para que las hagan juntos.

      Un saludo

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